Por Eliseo Álvarez

El teatro es el arte de la solidaridad, del encuentro, sin que ello vaya en detrimento de las segmentaciones de públicos que se derivan de la compleja estructura social que plantea la vida contemporánea.

En ese ámbito se negocian tradiciones sociales y artísticas, nuevos modelos de comportamiento y acción, personajes sociales, vías, intereses; funciona de la misma manera que un laboratorio social, un área de perennes ensayos y reelaboraciones. Y todo ello colabora en la trascendencia de esta práctica efímera, cuya naturaleza resulta inatrapable a pesar del desarrollo de los soportes tecnológicos, y que, en tanto evanescente, ratifica la importancia suprema del público; del hombre, mujer y niño que en un determinado aquí y ahora hacen posible la experiencia.

Pensar en el público no es pensar meramente en cifras de espectadores, funciones y recaudaciones sino enfocar el asunto en términos cualitativos: comenzar a hablar de calidades, de repercusión, de objetivos particulares; conciliar diseños de poéticas y de políticas organizativas con expectativas y necesidades socioculturales. Es pensar la sociedad en su dialéctica, como algo vivo, complejo y, por suerte, cambiante, y construir un clima material y espiritual que sea propicio a la recepción y a la creación artística; una actividad que, cuando es legítima, se desarrolla entre riesgos y audacias.

El teatro es esa dimensión negociadora de tradiciones, interpretaciones y enfoques que he referido antes, caro a la sociedad y a sus instancias de dirección y toma de decisiones, y se me hacen visibles las identidades entre el discurso político y el artístico, pues, a semejanza del primero, el teatral, en específico, se desarrolla desde espacios tribunicios; por emisores que, a veces, suman al carisma del personaje el propio, como figuras públicas; se recepciona de forma colectiva, y conjuga emoción y reflexión, con la particularidad de que su sustancialidad descansa en la construcción de imágenes artísticas que producen un placer estético, una de las más altas formas de convocatoria de la emocionalidad.

Se puede creer en la primacía del teatro y en su capacidad para cambiar la vida, tanto como creer en un futuro mejor para la especie.